Jorge Navarrete

Claroscuro

Jorge Navarrete P. Abogado

Por: Jorge Navarrete | Publicado: Miércoles 27 de enero de 2021 a las 04:00 hrs.
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Esta semana, como probablemente todo lo que corre de este año, y el anterior, ha estado plagada de evidentes contrastes. En cuanto a la pandemia se refiere, las noticias de días recientes lo evidencian con inusitada crudeza.

En el lado más oscuro o difícil, la autoridad tomó la decisión de decretar cuarentena total para muchas ciudades y localidades turísticas del país. De esa forma, no sólo se frustraron las vacaciones de cientos de miles de ciudadanos; sino, todavía peor, se desbarataron las esperanzas de muchos comerciantes que pretendían recuperar en estos meses lo perdido durante el año. La lucha contra esta pandemia, tanto en Chile como en el resto del mundo, ha estado cruzada por un dilema difícil de resolver: proteger la vida y salud de las personas, al mismo tiempo que permitirles sobrevivir en medio de una de las crisis económicas y sociales más severas de las últimas décadas.

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Pero no sólo se trata de un debate de significativas dimensiones éticas y sociales; sino también cuestiona la efectividad de la política pública, de las normas y las instrucciones de la autoridad, en la medida que éstas son desafiadas por las propias condicionantes de la realidad. Para decirlo en castellano, en Chile hay millones de personas que no tienen para alimentar a sus familias mañana, si es que hoy no salen a trabajar. Y para ellos, por razones obvias, la cuarenta es un castigo que no pueden ni menos quieren soportar. Y aunque a muchos les resulta cómodo plantearlo así, es una frivolidad simplificar este dilema como una elección entre la vida y la economía.

En la dimensión más luminosa, se anuncia el arribo de cuatro millones de vacunas para dar inicio al tan anhelado proceso de inmunización masiva. Siempre supimos que la única manera de sortear esta tragedia era, cuanto antes, vacunar a la mayoría de la población. En todo lo demás, por más caro o importante del esfuerzo que subyaciera a las otras medidas, sólo son un paliativo para ralentizar o amortiguar las graves consecuencias que ha dejado el Covid-19. Es urgente iniciar esta fase con premura y efectividad, poniendo del mismo lado todos los esfuerzos públicos y privados.

Es por aquello que resulta incomprensible la declaración de un grupo de funcionarios de la salud en Temuco, que se han negado a vacunarse aduciendo dudas sobre la efectividad de las dosis que pretendían suministrarles. Se trata de una irresponsabilidad imperdonable azuzar la incertidumbre de la opinión pública, subiéndose al carro de una criminal campaña para desacreditar la vacunación masiva -abonando al discurso de las sandeces conspirativas que se escuchan a diario-, especialmente esta vez impulsada por una parte de aquellos que son un símbolo de la batalla contra la pandemia.

El que exista un puñado de mentecatos que crea que la tierra es plana, que el hombre nunca llegó a la luna, que el Holocausto jamás ocurrió, o que el atentado de las Torres Gemelas fue ejecutado por el gobierno de los Estados Unidos; no explica, ni mucho menos justifica, el daño a la fe pública que comporta la negativa a vacunarse hoy por aquellos mismos que deberán vacunar a otros mañana.

Se nos viene por delante lo más difícil. Y pese al largo listado reproches que podrían hacerse a la autoridad o a la clase política, este momento requiere más que nunca de unidad de propósitos, colaboración, solidaridad y resiliencia. En todo lo demás, por más fino o detallista que parezca, a ratos se confunde la crítica con la obstrucción, la opinión con el sabotaje, y la libertad con el egoísmo extremo.

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